En relación a los niños, la palabra es sencillamente definida como “enojo grande”. Pero es más que eso. Se trata de una conducta que se origina en una frustración, posee siempre una fuerte carga emocional de una o más emociones (por ejemplo enojo, disgusto, ansiedad, indignación, miedo, vergüenza) y se manifiesta en un comportamiento caracterizado por llanto o lloriqueo, gritos, pataletas y negaciones a cooperar, a guardar silencio o a asentir. También, en un berrinche, el niño suele romper cosas, insultar, arrojarse al suelo, dar golpes y agredir a otros (en casos más graves, a sí mismo).
Los berrinches son comunes en niños de 1 a 3 años, y en algunos casos hasta de 4, cuando todavía no han aprendido a tolerar las frustraciones ni disponen de más recursos expresivos, como puede ser la verbalización de lo que sienten. En estas edades un máximo de 4 rabietas efímeras por día puede ser considerado normal. Luego, en general, los berrinches tienden a disminuir porque el niño aprende a esperar y a manejar estados afectivos intensos. Sin embargo, podemos hacer algo para que los berrinches sean menos frecuentes aún.
En primer lugar es importante saber que el berrinche siempre va dirigido a alguien. Invariablemente se da en presencia de alguien que lo ve y lo oye. En otras palabras, es la persona que le da atención quien mantiene el berrinche. Si no hubiese nadie presente, el niño lloraría hasta que se le pasara la molestia, pero si hay alguien que le dé atención (sea positiva o negativa) el niño exagerará su llanto, haciendo un auténtico berrinche.
Entonces, ¿qué hacer para desactivar un berrinche?
Primer paso: hemos de empatizar con el niño y tratar de averiguar qué le pasa. Si vemos que está bien (no está herido ni nada por el estilo) y sólo ha hecho una simple rabieta infundada y gratuita, es necesario enseñarle, dirigiéndonos a él con actitud calma, cómo queremos que se comporte. Si eso no da resultado y el niño prosigue en una actitud desafiante, podemos seguir con el siguiente paso.
Segundo paso: tratar displicentemente la rabieta (es decir, no darle demasiada atención). Muchas veces dar demasiada atención a este aspecto lo fortalece, se tensa el contexto familiar y el cuadro empeora. Es importantísimo que los padres mantengan la calma y aprendan a tolerar el llanto del niño sin pretender que se disipe en un instante, ya que esta exigencia agrega presión que el niño percibe y expresa. ¡Calma, que tu hijo está bien!
Los padres y tutores deben entender que el crecimiento siempre conlleva frustraciones y dolor, situaciones en las que el niño debe ser contenido por sus seres queridos. Pero también deben entender que eventualmente los niños aprenden a manejar el entorno en beneficio propio. Los caprichos y manipulaciones son verdaderos aprendizajes que los niños realizan a temprana edad. Por ello es crucial aprender a discernir entre dolor sincero y manipulaciones.
Veamos ahora algunos factores que influyen en el aumento de los berrinches. Por un lado, debido a mayores exigencias y presiones laborales y/o económicas, los padres están algo más estresados que unas décadas atrás, con lo cual tienen menos energías para mantenerse firmes ante un berrinche, como también están más proclives a considerar cualquier molestia del niño como berrinche. Por otro lado, la tecnología (video juegos, internet, TV, etc.) y los nuevos hábitos sociales hacen que los tiempos sean cada vez más cortos y crueles, lo cual quita la oportunidad de que, tanto niños como adultos, aprendamos a esperar. Además, la creencia errónea de algunos adultos de que “satisfacer todas las necesidades del niño es darle amor” no deja lugar a que los niños incorporen el tan necesario límite y la tolerancia a la frustración.
Al berrinche casi permanente, caracterizado por caprichos y manipulaciones, le precede una larga historia de un tercero –papá, mamá, abu, etc.− que reforzó este comportamiento prestándole demasiada atención. Esto pudo hacerse simplemente mirando al niño para retarlo cuando tenía una rabieta; o buscando evitarla, satisfaciendo inmediatamente la necesidad (sobreprotección); o bien cediendo por cansancio, por culpas (de no compartir tiempo con ellos, por ejemplo) o por vergüenza (generalmente cuando la familia se encuentra en lugares públicos). De este modo, el niño aprendió muy bien cuál es el comportamiento-llave que abre las puertas de lo que desea. En efecto, los niños toman ventaja de los padres que dudan, titubean o no saben diferenciar el dolor auténtico de las manipulaciones, por lo que tratan de reparar indistintamente ambos.
Entonces, si el berrinche fue co-construido de a dos o más a lo largo de un buen tiempo, no pretendamos que este hábito familiar desaparezca de un día para otro. Así como se armó, requiere ser desarmado a lo largo de un período de tiempo considerable, en el que, discerniendo entre dolor auténtico y manipulación/capricho, contengamos el primero y tratemos indiferentemente el segundo.
Luego de un tiempo en esta nueva interacción en la que no se le refuerza el berrinche dándole toda la atención, el niño, quien no tiene un pelo de tonto, comprenderá que le es conveniente expresar sus emociones adecuadamente. Para que esto ocurra te sugiero algunas pautas a tener en cuenta:
- Recordar los pasos uno y dos: empatizar y sólo si sigue la rabieta– ejercer un trato displicente hasta que cese el berrinche.
- Límites claros, firmes y enseñados con paciencia.
- Evitar explicarle o razonar en el momento en que está en un arranque de ira; esperar a que se calme para hacerlo.
- Mantener la calma, pues el niño no podrá calmarse si se lo exigimos a los gritos.
Para resumir, se trata de tener un trato displicente ante los berrinches manipulativos, pero muy considerado respecto de los aspectos positivos del niño, tanto como de su dolor auténtico.
Pequelandia León
Fuente : Extracto del libro » Descubriendo mis emociones y habilidades «. Lucas J.J.Malaisi.