Respeto mutuo, amor, límites, equilibrio, empatía, disciplina… Hay ciertas palabras que no pueden faltar en el vocabulario que compone la educación de nuestros hijos. Conjugarlas todas y construir la mejor crianza es una tarea muy complicada (y que aprendemos todos los días), sin embargo, es muy enriquecedora. ¿Qué nos puede enseñanzas podemos extraer de la disciplina positiva sobre la forma en la que educamos a los niños?

¿Qué es la disciplina positiva? ¿Qué podemos aprender de ella? ¿Qué debemos reflexionar como padres? ¿Cómo podemos ejercer una crianza consciente? ¡Veamos!

1. Sin afectividad y firmeza, no vamos a ningún sitio como padres
Hay muchos padres que creen que la disciplina positiva consiste en decir a todo que sí y dejar que los niños hagan todo lo que quieran. Pero nada más lejos de la realidad. Ni el autoritarismo ni la permisividad nos ayudarán a educar a nuestros hijos. Se trata de acompañar a los niños desde la afectividad, la amabilidad y la firmeza. De esta forma, podremos empatizar y comprender las necesidades de los niños, pero también las necesidades de las diferentes situaciones que suceden en nuestro día a día.

2. En la crianza, el respeto siempre debe ser mutuo
Que los hijos respeten a sus padres y que los padres respeten a sus hijos; esta es la clave para construir el vínculo con los niños. La disciplina positiva apuesta por dejar de lado las relaciones verticales (en las que los padres mandan y los hijos obedecen) y apostar por las relaciones horizontales (en las que todos los miembros están al mismo nivel). Esto, a menudo, requiere que nosotros los padres superemos algunos de los modelos que heredamos y vimos en nuestros padres.

3. No hay técnicas mágicas para que los niños empiecen a ‘portarse bien’
Hay padres y madres que tratan de buscar desesperadamente técnicas de disciplina positiva que con solo aplicarlas cambien la conducta de sus hijos. Sin embargo, la disciplina positiva es más que ‘un paquete de técnicas mágicas’; es un estilo de vida (un modo de ser y un modo de estar con nosotros mismos y con la infancia) que se puede aplicar a la educación de nuestros hijos, pero también a nuestras relaciones amorosas, a nuestras amistades, etc.

Se trata de un cambio en nuestra forma de relacionarnos con otras personas; un cambio que debe partir de nosotros mismos. De ahí, que no podemos ‘aplicar’ estas técnicas con nuestros hijos y esperar que ellos solos empiecen a cambiar su comportamiento. Se trata de revisar nuestra forma de ser, nuestra forma de enfrentarnos a lo que sucede, nuestra forma de relacionarnos con ellos, aquello que nos mueve por dentro… Partiendo de esta reflexión podremos educar a nuestros hijos desde la disciplina positiva.

4. Los niños no son malos
Cuando un niño no tiene el comportamiento que nosotros queremos – el comportamiento que nosotros hemos decidido que es el bueno -, decimos que es un niño malo (o que se porta mal). La disciplina positiva propone ir un paso más allá y comprender a qué se debe esa conducta.

Para ello, debemos preguntarnos qué está sucediendo alrededor de nuestro hijo para que se comporte de determinada manera y, lo que es más importante, debemos preguntarnos qué estamos haciendo nosotros como padres para que nuestro hijo tenga esa conducta. ¿Estamos transmitiéndoles la falsa creencia de que para conectar con nosotros necesita llorar y tirar los juguetes? ¿Le estamos mostrando que para que le compremos algo tiene que tener una rabieta?

Esta reflexión debe hacerse sin culparnos por cómo estamos ejerciendo la maternidad o la paternidad, ya que nunca podemos olvidar que estamos haciéndolo lo mejor que podemos.

5. Decir ‘no’ no sirve con los niños; es mejor acompañarles
A menudo, apenas sin darnos cuenta, entramos en un bucle de ‘noes’ dirigidos a nuestros hijos: ‘no grites’, ‘no cojas eso’, ‘no te subas’, ‘no toques’… Sin embargo, no podemos olvidar que el ‘no‘ es una partícula vacía de contenido, es decir, no educa a los niños. Es cierto que sí que tiene un efecto inmediato, ya que detiene un comportamiento del niño (por ejemplo, tu hijo deja de coger ese objeto), sin embargo, no le permite aprender a largo plazo por qué no debe cogerlo.

Por eso, en lugar de decir ‘no toques eso’, podemos transmitirles: ‘cariño, sé que quieres jugar con esto, pero es valioso para mamá. Vamos a colocarlo aquí y vamos a pensar con qué otras cosas puedes jugar’.

6. También tenemos que dejar de decir ‘no pasa nada’
Esta frase tan sencilla y tan repetida a lo largo del día, ‘No pasa nada’, parece inocente, pero en realidad el mensaje que envía a los niños es muy diferente. Se trata de una forma de invalidar las emociones que el niño está sintiendo en ese momento.

Puede que desde nuestra visión de adulto no pase nada porque otra persona coja nuestro juguete; pero desde los ojos de un niño sí que tiene mucha importancia. Si le decimos ‘no pasa nada’, estamos transmitiéndole que ese enfado que está sintiendo es algo inválido, innecesario y tonto, porque no pasa nada. Con el tiempo, los niños entenderán que las emociones no hay que expresarlas, pues ‘no pasa nada’.

7. Diálogo, diálogo y más diálogo sobre la educación de los niños
A menudo, y por mucho que hayamos hablado sobre la manera en la que queremos educar a los niños antes de que estos nazcan, la maternidad y la paternidad lo cambia todo y nos pone a prueba. Esto puede ocasionar que un padre y una madre no tengan la misma forma de educar a sus hijos.

¿Qué se puede hacer en estos casos? Alexandra recomienda que, igual que con nuestros hijos, debemos establecer una relación horizontal con nuestra pareja. Esto significa dialogar y llegar a un punto en común (sin tratar de imponernos). Aunque no lo parezca, es una oportunidad para crecer como padres y aprender de los errores.

8. Cada niño es diferente; no tratemos de comparar a los hermanos
Son muchos los padres que se preguntan cómo es posible que sus hijos, habiéndose criado en el mismo entorno y de la misma forma, sean tan diferentes. No podemos olvidar que cada niño es único, por eso no podemos pretender que los hermanos sean iguales. Diferentes temperamentos, diferentes formas de ver las cosas, diferentes gustos y necesidades… Debemos aceptar todas estas diferencias y no tratar de compararlas.

Por eso debemos acompañar a cada uno de nuestros hijos según lo que necesitan. Y si surgen peleas entre los hermanos (que es algo normal y frecuente) debemos procurar que los niños sepan que vamos a estar para acompañarles, si bien nunca debemos prejuzgar ni obligar ni categorizar (dale eso a tu hermana, el culpable eres tú que eres mayor).

9. Ante un berrinche, los primeros que debemos tranquilizarnos somos nosotros
Alexandra define la rabieta como un destape emocional que impide que los niños regulen sus emociones. Debemos ser los padres, desde la calma, los que les ayudemos a enfrentarse a esa vorágine de emociones que sienten.

Pero, no siempre es sencillo permanecer tranquilo cuando nuestro hijo está llorando y gritando, ¿verdad? Nosotros mismos debemos reflexionar sobre qué es lo que nos impide mantener la calma en un momento de pataleta. ¿Nos da vergüenza que el resto de la gente nos juzgue como padres porque nuestro hijo tiene una rabieta? ¿Nos recuerda alguna mala experiencia? Se trata de encontrar aquello que nos impide frenar y trabajarlo para que, llegado el momento, podamos guiar y acompañar a nuestros hijos enrabietados.

En caso de que seamos incapaces de mantener esa calma (no pasa nada, somos seres humanos), debemos pedir ayuda a nuestra pareja y retirarnos para calmarnos.

10. No siempre es mejor abrazar a los niños cuando tengan una rabieta
Muchos padres creen que, cuando sus hijos están experimentando un berrinche, lo mejor es ir corriendo y darles un abrazo. Es posible que en muchos casos, los niños se tranquilicen gracias a esta muestra de cariño. Sin embargo, en otros muchos casos este abrazo podría ponerlos más nerviosos. Y es que cada niño es diferente y, por tanto, cada niño necesita algo diferente. Resultará más efectivo hacerles preguntas como: ¿quieres que te coja? o ¿cómo te puedo ayudar? No olvides que nadie conoce mejor a tus hijos que tú mismo para saber qué necesita en ese momento.

Lo primero es intentar que el niño se calme y una vez que esté más tranquilo podremos hablar con él (‘sé que te has enfado mucho, he visto que has gritado, sé que querías que compráramos ese juguete, pero mamá te ha dicho que hoy no podía ser), siempre evitando los sermones y las explicaciones eternas. Sin embargo, es importante no ceder ante las exigencias del niño, ya que aprenderá que esa es la manera a proceder cuando quiera algo.

11. Es mejor enseñar a los niños herramientas que atajar un problema que ya existe
Anticiparnos a las situaciones complicadas que pueden aparecer en el día a día de los niños es la clave para evitarlos. Si sabemos que cierta circunstancia pone muy nervioso a nuestro hijo, debemos enseñarle herramientas para que él mismo sepa también atajar el problema antes de que este suceda.

Por ejemplo, construimos un rincón seguro en casa al que podemos invitar al niño cada vez que creamos que se está poniendo nervioso (con el tiempo, será él mismo quien acuda a este rincón cuando sienta nervios). En ocasiones, resulta imposible anticiparse y se producen dichas situaciones complicadas. Si ese es el caso, lo mejor es acompañar a los niños para que retomen la calma.

Fuente : María Machado -Redactora  guiainfantil.com

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