La fiebre se presenta con frecuencia en los niños y suele ser una causa frecuente de alarma entre los padres. Sin embargo, no debe verse sólo como una condición que altera la salud del niño, sino también como la mejor alerta ante una enfermedad infecciosa
La fiebre es un mecanismo de defensa del organismo que generalmente aparece cuando se padece una infección. Otras causas que pueden provocar un aumento anormal de temperatura son traumatismos, intoxicaciones o deshidratación.
Sin embargo, si bien debe verse como una condición que altera el bienestar físico del niño, también debe considerarse como la mejor señal ante alguna enfermedad infecciosa que debe ser controlada. Además, no siempre existe relación entre el grado de fiebre y la gravedad de la causa que la produce. Ésta no siempre debe tratarse, ya que puede tener, incluso, efectos beneficiosos.
La concepción de fiebre ha cambiado en pediatría en los últimos años. Hasta hace poco se recomendaba que se arropara al paciente para que “sudara” la fiebre. Ahora esto es obsoleto e, incluso, peligroso. Lo aconsejable es dejar al niño con ropa ligera y bañarlo con agua tibia de acuerdo a la temperatura corporal del enfermo.
¿Cómo medir la temperatura?
Se habla de fiebre cuando la temperatura corporal (tomada en la axila) supera los 37 grados centígrados, siempre que no haya otras razones que justifiquen tal subida. Hay que tener en cuenta que el ejercicio fuerte, un medio ambiente caluroso o la ingestión reciente de líquidos calientes pueden elevar la temperatura.
Existen en el mercado diferentes tipos de termómetro: de mercurio, digitales, infrarrojos. El más utilizado es el primero.
La medición rectal es la más precisa. Si el niño es menor de cinco años es preferible colocar el termómetro en esta zona. La temperatura oral también ofrece datos precisos si se mide adecuadamente. Es la recomendable para mayores de cinco años. La axilar, si bien es la más utilizada, es la más inexacta.
El termómetro deberá ser colocado durante un tiempo mínimo de tres minutos. El niño debe estar vigilado en todo momento para evitar posibles alteraciones que se traduzcan en una medición equívoca. Es recomendable cambiar el termómetro cuando sobrepase el año de uso, ya que pierde exactitud
Síntomas
La fiebre por sí misma produce una serie de síntomas. En el niño, los más frecuentes son: sudoración, enrojecimiento de la piel, escalofríos y respiración agitada. Por otro lado, ciertos comportamientos como la disminución de la actividad normal, la inquietud e irritabilidad o la pérdida de apetito, son posibles indicadores de su existencia.
Posibles complicaciones
Aparte de las molestias citadas, en los niños con edades comprendidas entre los 6 meses y los 6 años existe el riesgo de aparición de convulsiones febriles. Éstas son producidas por la fiebre, sin tener relación directa con la enfermedad que la produce. En los niños menores de tres años, con poco peso al nacer o con antecedentes familiares convulsivos, estos episodios pueden ser más peligrosos.
La convulsión febril responde a un estado de hiperexcitación neurológica que sólo se presenta cuando la temperatura es muy alta o sufre un brusco ascenso. Remite cuando la fiebre desciende y no suele producir daños permanentes. Si la convulsión se repite antes de veinticuatro horas, o afecta a un paciente tratado con antibióticos, es necesario acudir al pediatra.
¿Cuándo acudir al pediatra?
Siempre es recomendable comentar con el pediatra habitual todo proceso febril que presente el niño. Sin embargo, si la fiebre viene acompañada de manchas recientes en la cara, convulsiones, vómitos o rechazo de cualquier tipo de alimento, la visita al pediatra debe hacerse lo antes posible.
Otros factores que pueden ser alarmantes, y que exigen una visita a la consulta médica, son las dificultades para respirar o despertarse, el lloro continuo o las altas temperaturas en menores de tres meses.
Pequelandia León
Escuela Infantil y Guardería en León.
Fuente : Artículo publicado en Pekekos.