Una de las características más distintivas del ser humano en el momento del nacimiento es su inmadurez. Venimos a este mundo con la necesidad de vincularnos a nuestras figuras de apego puesto que no somos capaces de sobrevivir sin la presencia de “un otro”. Generalmente decimos que el ser humano es dependiente en el momento del nacimiento, pero dicha dependencia es consecuencia de la absoluta inmadurez con la que nacemos. Es por ello por lo que se hace necesario, imprescindible diría yo, que exista, al menos, una persona que se encargue de aportarnos todo aquello que necesitamos (alimentación, cariño, protección, techo, calma en los momentos de agitación, etcétera). De ahí que sea tan relevante la existencia de “un otro” con buenas intenciones. Es cuestión de supervivencia, de vida o muerte que alguien se haga cargo de nosotros
Por lo tanto, a lo largo de los primeros años de vida, el ser humano es dependiente de sus figuras de apego. ¿En algún momento pasamos de ser dependientes a ser independientes emocionalmente hablando? No, jamás lleguemos a ser independientes en lo que a regulación de las emociones se refiere. En muchas ocasiones escuchamos frases del tipo “yo quiero que mi hijo sea independiente” o “nosotros favorecemos la independencia de nuestros hijos”. El problema es que el ser humano no llega a ser independiente nunca. Lo que sí que podemos es convertir la dependencia típica de la infancia en una autonomía emocional. Eso sí. ¿Cuándo podemos considerar que la persona no es dependiente y sí autónoma emocionalmente? Cuando, como padres, les hemos aportado a nuestros hijos lo que han necesitado. En este punto, es importante diferenciar entre necesidades y deseos o caprichos. Como padres debemos cubrir las diferentes necesidades que presentan nuestros hijos (alimentación, descanso, techo, regulación de las emociones, etc.). En función del modo y la cantidad de necesidades que les cubramos, conseguiremos que nuestros hijos sean más seguros y resilientes o todo lo contrario. En cambio, los deseos o los caprichos (tener un móvil, realizar un viaje, comprar unas chuches, etc.) son complementarios y en algunos casos pueden mejorar nuestra calidad y estilo de vida, pero desde luego, no suponen una necesidad que debamos cubrir, puesto que la supervivencia no está en juego con la satisfacción de estos deseos.
Si queremos que nuestros hijos cuando sean adultos tengan una autoestima alta es imprescindible que sean protegidos, atendidos, tratados con cariño y que seamos empáticos con ellos. La gran mayoría de adultos que tienen una autoestima baja y se muestran inseguros es porque tuvieron unos padres y unos maestros que no les atendieron como debían y no les miraron incondicionalmente. Como decíamos, si no satisfacemos las necesidades de nuestros hijos, corremos el riesgo de que sea una persona dependiente a lo largo de toda su vida.
Los padres que desarrollan en sus hijos un apego ansioso-ambivalente son muy variables en sus respuestas ante las necesidades de sus hijos
Podríamos enumerar varias características que favorecen el hecho de que desarrollemos un apego seguro en nuestros hijos, pero nos vamos a centrar en las dos más relevantes. La primera característica del apego seguro es una correcta vinculación con nuestros hijos. Esto implica que les otorgamos contextos de seguridad. Se sienten protegidos, seguros y confiados. No debemos olvidar que el ser humano nace inmaduro y, por lo tanto, necesita de esta protección. La segunda característica del apego seguro tiene que ver con el hecho de que favorezcamos su autonomía. Esto implica que debemos permitir que nuestros hijos sean curiosos y exploren el entorno en el que se desarrollan. Sin estas dos características no podríamos hablar de apego seguro.
¿Y qué sucede cuando estamos sobreprotegiendo a nuestros hijos? Decíamos antes que las dos características básicas que debemos cumplir para desarrollar un apego seguro en nuestros hijos son la protección y la autonomía. Pues bien, en el caso de la mayoría de padres sobreprotectores, la autonomía y la exploración no las suelen fomentar. Esto implica que estos niños excesivamente protegidos suelen mostrarse inseguros, dependientes, con poca iniciativa, etc.. Este perfil suele coincidir con el apego ansioso-ambivalente, en donde los padres suelen actuar en función de sus propios miedos y no les permiten a sus hijos que sean autónomos. Claro, lo contrario de la autonomía emocional es la dependencia. Suelen ser padres inmaduros, con pocas estrategias de regulación emocional y con un predominio de su hemisferio derecho, que es el hemisferio emocional.
En el caso de la mayoría de padres sobreprotectores, la autonomía y la exploración no las suelen fomentar
Los padres que desarrollan en sus hijos un apego ansioso-ambivalente son muy variables en sus respuestas ante las necesidades de sus hijos. Ante una necesidad emocional, como puede ser que su hijo esté triste por haber discutido con un amigo, suelen dar respuestas muy ambivalentes: en ocasiones le calman de manera adecuada; a veces le dan al niño lo que no necesita (aquí no puedo evitar acordarme de la genial frase de Miguel Gila: cuando mi madre tenía frío, me ponía una chaqueta por encima); y en otras ocasiones responden de manera exagerada (acuden de manera excesivamente preocupada al lugar donde el niño se ha caído al suelo, lo que hace que el niño se preocupe aún más). Por lo tanto, el lema del niño ansioso-ambivalente es hoy no sé si mis padres me darán lo que necesito. Son niños que no les dejan desarrollarse por el propio miedo de sus padres.
¿Qué podemos hacer y fomentar para evitar la sobreprotección? A continuación se describen una serie de características para reforzar la autonomía, la confianza y la autoestima de nuestros hijos:
- Los padres debemos saber gestionar nuestras propias emociones: si todos los padres nos planteamos como objetivo que nuestros hijos sean capaces de autogestionarse emocionalmente, es imprescindible que nosotros seamos capaces de gestionar nuestras propias emociones
- Aprender de los errores: es importante que nuestros hijos aprendan de sus errores y fracasos. En ocasiones, de manera inconsciente, no les dejamos que se equivoquen y nos adelantamos a sus errores. Hagamos de la experiencia una fuente de aprendizaje.
- Los niños deben sufrir moderadamente con sus padres: ¿qué mejor lugar para aprender a regular la rabia, la tristeza y la frustración que cuando somos pequeños y estamos con nuestros padres? La familia es el mejor contexto para aprender a sufrir y tolerar las frustraciones que van a tener que encarar cuando sean mayores.
- Cuidado con favorecer excesivamente la autonomía: decíamos anteriormente que la autonomía es uno de los pilares del apego seguro, pero si favorecemos en exceso la autonomía y la exploración y no cuidamos la intimidad y la protección, estaremos desarrollando un estilo de apego ansioso-evitativo en nuestros hijos. El objetivo no es favorecer la independencia en nuestros hijos sino su autonomía.
- Si queremos niños empáticos, debemos mostrarnos empáticos: queremos que nuestros hijos crezcan felices, sensibles y empáticos, pero si nos planteamos estos objetivos con ellos, la mejor manera de conseguirlo es mostrándonos empáticos y sensibles con ellos. Nuestros hijos no podrán ser empáticos si no les hemos mirado, apoyado y amado incondicionalmente cuando eran pequeños.
- Tolerancia a la frustración: en la sociedad en la que vivimos se hace muy necesario que nuestros hijos sepan manejar la frustración y los tiempos de espera. La vida cotidiana tiene multitud de circunstancias que implican incertidumbre y momentos de aburrimiento. Es necesario que permitamos que nuestros pequeños se enfrenten a estas situaciones y aprenden a gestionarla
- La profecía autocumplida: las expectativas que tenemos respecto a nuestros hijos tienden a cumplirse. Mágico, ¿verdad? Se le conoce con el nombre de la teoría de la profecía autocumplida o el efecto Pigmalión. El motivo es que nuestros hijos tienden a cumplir aquellos objetivos, metas o expectativas que les ponemos. Por este motivo es necesario que seamos conscientes de las expectativas que les establecemos, teniendo especial cuidado con que sean alcanzables.
- Los niños se pueden enfrentar a casi todas las emociones: los adultos sufrimos mucho cuando vemos a nuestros cachorros pasarlo mal. Sin embargo, la evidencia empírica nos demuestra que nuestros hijos se pueden enfrenar a las diferentes emociones. Solo hay una excepción: el único momento en que nuestros niños lo pueden pasar mal es cuando el adulto está viviendo una emoción desgarradora y, por lo tanto, no tiene ningún control sobre la emoción y la situación.
- Si quieres, puedes: es frecuente escuchar frases y mensajes de este tipo. Debemos tener cuidado con ellas porque dejamos todos los objetivos al alcance de nuestros hijos si se esfuerzan, y esto no siempre es así. A veces no es que no quieran, si no, que no pueden alcanzar algo
- Establece límites claros: los niños y los adultos necesitamos una serie de límites en los diferentes contextos en los que nos movemos. Decir “no” o un “sí condicional” son una manera de mostrar nuestro cariño a los más pequeños.
- Refuerza las actitudes de tus hijos: los estudios de Carol Dweck llegan a la conclusión de que es más efectivo para la educación de nuestros hijos que reforcemos y alabemos sus actitudes, perseverancia y trabajo que atribuir los resultados positivos a la inteligencia de la persona. Por ejemplo, ante una buena nota en un trabajo de sociales es mejor atribuir la buena calificación al trabajo, el esfuerzo y la perseverancia que a la inteligencia del alumno.
En conclusión, son muchas las cosas que podemos hacer con nuestros hijos para favorecer una relación íntima y cercana y, a la vez, fomentar su crecimiento y autonomía. Dar a nuestros hijos lo que necesitan en el momento adecuado y en la cantidad necesaria es algo que no resulta tan sencillo, pero como padres debemos tender a ello.
Escuela Infantil Pequelandia
Escuela infantil y guardería en León
Fuente : Rafael Guerrero Tomás es psicólogo y doctor en Educación. Director de Darwin Psicólogos y autor del libro “Educación emocional y apego. Pautas prácticas para gestionar las emociones en casa y en el aula”.Publicación El Pais